Ricardo Brey, Crestet Art Centre

ArtNexus
May 1, 2001

The Cuban artist Ricardo Brey, who has lived in the Belgian city of Ghent since 1991, was invited by the Centre during the summer of 2000 to work on site and to exhibit his drawings, installations and objects in a building which, thanks to the proportion of its volumes and its relationship with nature, appears as a true work of art. Most of the works on display had been created at the Crestet. 

The place has a magical force: light, space, purity, silence. It surprises, questions and envelops. The same is true of Ricardo Brey’s work, always different, invariably crossed by a reflection in which a questioning imaginary is interwoven, overflowing with an insatiable curiosity for cultures, their signs, their memories and their exchanges. The theme chosen for his residency was the current notion of “wild”. Around it, Brey has collected, accumulated and built, using natural materials such as leaves, branches and earth. But also sought or found objects: a fan, strands of lion skin, ostrich eggs, gloves, buttons, a tapestry or a score, pigments, gold leaf. It is an unstable balance of the impossible, in which the artist proposes various metaphors of everyday life, operating transgressions and superpositions, and declining the objects in the manner of musical notes: order and disorder preside over his visual poetry. 

 Translated from Spanish

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Rodeado por colinas boscosas que dominan el pueblo medieval de Vaison-la-Romaine, en las cercanías de Avignon, el Centro de Arte Le Crestet se ha establecido en una casa modernista, construido para el escultor francés François Stahly entre 1969 y 1971. Se trata de una casa-taller que se volvió centro de arte, gracias a la instigación de Jacques Leenhardt, y que ahora es propiedad del Ministerio de Cultura. Su vocación es difundir el arte contemporáneo en la región, organizar la acogida y la sensibilización de los visitantes a todos los proyectos multidisciplinarios que tengan como base la relación entre el arte y la naturaleza. El proyecto artístico del Centro de Arte de Crestet responde a la peculiaridad de su ubicación, al edificio que lo acoge y a su implantación en territorio rural y mediterráneo. Desde su inauguración oficial en 1993, el Crestet ha recibido y confrontado las miradas, las ideas y las creaciones entrecruzadas de músicos, paisajistas, coreógrafos, filósofos, escritores, videastas y sociólogos, pero también las de artistas llegados de todos los horizontes, tanto geográficos como estéticos. 

 

En el marco de una política de apertura dinámica a la creación multidisciplinaria, el Crestet invita cada año a un artista en residencia, para que trabaje en un espacio excepcional, en el que la inspiración del sitio y la flora, así como la historia del lugar y su geografía, pueden nutrir, en grados diferentes, un proyecto y su realización, con la finalidad de exponer en el Centro. 

El artista cubano Ricardo Brey, instalado desde 1991 en la ciudad belga de Gand, fue invitado por el Centro durante el verano de 2000 a trabajar in situ y a exponer sus dibujos, instalaciones y objetos en una construcción que, gracias a la proporción de sus volúmenes y a su relación con la naturaleza, aparece como una verdadera obra de arte. La mayoría de las obras expuestas había sido realizada en el Crestet. 

El lugar posee una fuerza mágica: luz, espacio, pureza, silencio. Sorprende, interroga y envuelve. Lo mismo sucede con el trabajo de Ricardo Brey, siempre diferente, atravesado invariablemente por una reflexión en la que se entreteje un imaginario en cuestión, desbordando una curiosidad insaciable por las culturas, sus signos, sus memorias y sus intercambios. El tema escogido para su residencia fue la noción actual de “salvaje”. En torno a ella, Brey ha recogido, acumulado y construido, utilizando materiales naturales como hojas, ramas y tierra. Pero también objetos buscados o encontrados: un ventilador, hebras de piel de león, huevos de avestruz, guantes, botones, un tapiz o una partitura, pigmentos, pan de oro. Se trata de un inestable equilibrio del imposible, en el que el artista propone diversas metáforas de la cotidianidad, operando transgresiones y sobreposiciones, y declinando los objetos a la manera de notas musicales: orden y desorden presiden su poesía visual. 

El dibujo constituye el hilo conductor de este desfasamiento que es también confrontación entre “naturaleza” y “razón”, entre “salvaje” y “cultural”; forma una estructura invisible que permite al artista ir hasta las “fuentes” de su relación con el mundo. El dibujo es el camino y la carne de toda su interrogación. Los trabajos presentados, tanto en la planta baja como en el primer piso, confrontan lo irrisorio o lo relativo. En cierta manera, ellos aparecen como una arqueología personal de lo “crudo” y lo “cocido”, inspirada por el lugar y su historia, en la que interfieren el propio destino y la cultura del artista. 

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