"My son painted this": the story of the tortuous relationship between art and the public

El Confidencial
28 October 2018

In 'Hospicio de utopías falladas', the extraordinary exhibition by Luis Camnitzer at the Reina Sofía , there is a room with some square brass plaques and a pencil hanging from them. They say things like "a) Choose any object; b) Write a biography of the idea that generated it." A few days after the opening, the room was already abundantly graffitied: various declarations of love, opinions on the Catalan issue and a good handful of opinions from foreigners who think Madrid is very beautiful. The relationship between the public and art is a thorny issue and there are all kinds of discussions about whether institutions like the museum are in some way anachronistic and reactionary, etc. However, it is curious that when the spectator is explicitly offered the opportunity to interact with a piece, things like this often happen.

Translated from Spanish

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En 'Hospicio de utopías fallidas', la extraordinaria exposición de Luis Camnitzer en el Reina Sofía, hay una sala con unas plaquitas cuadradas de latón y un lápiz colgado. Dicen cosas como "a) Elija un objeto cualquiera; b) Escriba una biografía de la idea que lo generó". A los pocos días de la inauguración, la sala ya estaba abundantemente pintarrajeada: distintas declaraciones de amor, opiniones sobre el asunto catalán y un buen puñado de opiniones de extranjeros a los que Madrid les parece very beautiful. La relación del público con el arte es una cuestión espinosa y hay toda clase de discusiones sobre si instituciones como el museo son de algún modo anacrónicas y reaccionarias, etcétera. Sin embargo, no deja de ser curioso que cuando al espectador se le ofrece de manera explícita interactuar con una pieza, suelan pasar cosas como esta.

 

El público (una muchedumbre heterogénea que acude a ver arte) es un invento del imperialismo francés. La Academia de Pintura y Escultura, una institución creada a mayor gloria y propaganda de Luis XIV, comenzó a hacer exposiciones abiertas a la concurrencia para expandir el gusto francés, que ellos denominaban modestamente 'le grand goût' ['el gran gusto']. El Salón ofrecía a los espectadores unas salas atiborradas de obra perfectamente académica, ordenada jerárquicamente según tamaños y estilos (pintura histórica, retratos, paisajes, bodegones…), que se descifraban siguiendo una guía que ayudaba a ubicar, cartográficamente, las obras según autor y título. El invento fue un éxito. La facilidad con que accedemos hoy a las grandes obras de arte puede hacernos calibrar mal lo innovador del suceso. Recordemos que Las meninas, un cuadro que hoy puede ver cualquiera, se pintaron para el despacho de Felipe IV, que, como es de suponer, no era el lugar más concurrido de Madrid. Calvo Serraller, recientemente fallecido, contaba con bastante gracia que la novedad era tanta que a los primeros críticos de los salones les llamaba más la atención el público (la amalgama humana) que las obras expuestas.

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