A phrase by Luis Camnitzer after his visit to our country in the double exhibition last year was permanently engraved in the Museum of Memory and Human Rights : “The museum is a school: the artist learns to communicate, the public learns to make connections .” But how does that equation look if we modify the components? Let’s say that Luis Camnitzer is a school.
Chilean connection
In 1967, Luis Camnitzer and Nicanor Parra met at a symposium. The literary critic Emir Rodríguez Monegal , a participant in the same event and former professor of Camnitzer and friend of Parra, suggested that they plan to write a book together. But some statements made by Parra in LIFE magazine upset Camnitzer and weakened the conversations between the two. Forty years later, the artist wanted to meet the poet again. He did so accompanied by Cecilia Brunson in 2007. Nicanor opened the door, and without even opening his mouth to say hello, he drew one of Luis's old works. This and other anecdotes, related or not to the artist's relationship with Chile, were revealed in a conversation I was able to have with him at the Faculty of Art at the Diego Portales University in 2013, and in a public talk he gave within the framework of the same university, presented by Ramón Castillo . Everything that appears in quotation marks is Camnitzer's own statement in the conversation mentioned above. Many of the attendees at the conference went on to congratulate Camnitzer, and mentioned some photocopies. The famous Vilches photocopies. When Eduardo Vilches was an art teacher in the eighties, he made some photocopies of some of Camnitzer's writings that were distributed like sopaipillas . Something that is very far away in the digital age. These texts were decisive for the careers of several Chilean artists. A success that he did not achieve on the first occasion that he exhibited in the country.
Translated from Spanish.
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En el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos quedó grabada de forma permanente una frase de Luis Camnitzer tras su paso por nuestro país en la doble exposición del año pasado: «El museo es una escuela: el artista aprende a comunicarse, el público aprende a hacer conexiones». Pero cómo queda esa ecuación si modificamos los componentes. Digamos que Luis Camnitzer es una escuela.
Conexión chilena
En el año 1967 Luis Camnitzer y Nicanor Parra se conocieron en un simposio. El crítico literario Emir Rodríguez Monegal, participante en el mismo evento y ex profesor de Camnitzer y amigo de Parra, sugirió que proyectaran realizar un libro juntos. Pero unas declaraciones de Parra en la revista LIFE molestaron a Camnitzer y debilitaron las conversaciones entre ambos. Cuarenta años después el artista quiso reencontrarse con el poeta. Lo hizo acompañado de Cecilia Brunson, en el 2007. Nicanor abrió la puerta, y aún sin abrir la boca ni para decir hola, dibujó una de las viejas obras de Luis. Ésta y otras anécdotas, relacionadas o no con la relación del artista con Chile, fueron desveladas en una conversación que pude mantener con él en la Facultad de Arte de la Universidad Diego Portales el pasado 2013, y en una charla pública que realizó en el marco de la misma universidad, presentada por Ramón Castillo. Todo lo que aparece entrecomillado son declaraciones del propio Camnitzer en la conversación antes citada. Muchos de los asistentes a la conferencia fueron posteriormente a felicitar a Camnitzer, e hicieron mención a unas fotocopias. Las famosas fotocopias de Vilches. Cuando Eduardo Vilches era profesor de arte, en los años ochenta, hizo unas fotocopias de unos escritos de Camnitzer que se repartieron como sopaipillas. Algo que en la era digital nos es muy lejano. Esos textos fueron decisivos para las carreras de varios artistas chilenos. Un éxito que no obtuvo en la primera ocasión que expuso en el país.
Masacre de Puerto Montt fue mostrada en el Museo de Bellas Artes en 1969. Un trabajo conceptual, en una pequeña sala, que hacía referencia a una matanza ordenada desde el despacho de La Moneda contra los trabajadores de la ciudad sureña. Una obra simple, aunque de una contingencia profunda. Y una de las pocas ocasiones en las que los chilenos tenían la oportunidad de apreciar arte conceptual y político en su país. Fue un fracaso, si nos ceñimos a términos de recepción: “Si, en verdad, no pasó nada. Era una obra muy política para la izquierda que estaba acostumbrada a cuadros con banderas rojas… me criticaron que no había sangre, que eran sólo palabras, y que por lo tanto no era política. Y por el lado conservador, de la derecha, no había pintura, no había óleo, y por lo tanto no era arte. Al final caí entre dos sillas sentado en el suelo, y no pasó nada. Pero también el medio no estaba preparado para pensar en una ruptura del arte tradicional de esa forma”.
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