Luis Camnitzer: Cinco Piezas, 2011 – 2018: Parque de La Memoria
Luis Camnitzer's solo exhibition Luis Camnitzer: Cinco Piezas, 2011–2018 at Parque de La Memoria, Buenos Aires, Argentina.
The institution's press release follows:
El arte como una forma de ver el mundo
Para el artista y teórico uruguayo Luis Camnitzer, el arte no es una forma de expresión, sino una forma de pensar críticamente, un modo de adquirir y expandir el conocimiento, el lugar donde puede suceder lo que no puede ocurrir en otro sitio. Algo así como un territorio de libertad en el que, si se postulan problemas o cuestiones descabelladas, no importa tanto la solución concreta sino el proceso de aprendizaje por el cual se transitó. Así, con esta exposición como coartada, Camnitzer retorna al Parque de la Memoria y nos interpela a que reflexionemos en torno a ciertas preguntas: ¿Qué es la patria? ¿De qué está hecho el tiempo? ¿Qué violencias anidan sigilosas y furtivas en las convenciones sociales que regulan nuestras vidas a diario?
Cinco piezas realizadas entre 2011 y 2018 conforman un cuerpo de obra que dispara cuestionamientos relativos a la artificiosidad de las construcciones sociales, como las naciones y su simbología (los himnos y las banderas), pero también a una de las mayores entelequias humanas: el tiempo. En efecto, el modo en que la sociedad de consumo, con su frenético ritmo de producción y obsolescencia, ha mercantilizado el tiempo en todas sus dimensiones es, quizás, uno de los problemas más acuciantes que la humanidad atraviesa en la actualidad. Nada, ni siquiera el deseo, ya parece escapar a los imperativos del consumo. Y sin embargo, tanto la patria como el tiempo son construcciones y convenciones sociales, son ficciones creadas por el hombre cuyo sinsentido hoy, en la era de la revolución digital, se percibe cada vez con mayor fuerza.
Otro constructo social (otra ficción), el lenguaje, forma parte sustancial de la obra de Camnitzer desde mediados de los años sesenta, esos mismos años en los que el ideario de la modernidad comenzó a resquebrajarse. La palabra, entonces, se constituye en su trabajo no solo como representación, sino como configuración del mundo: sus obras plantean descripciones de situaciones visuales para que estas sean activadas en la mente de quien las lee. En este sentido, resulta particularmente revelador el hecho de que Camnitzer prefiera referirse a su trabajo como arte contextual en lugar de arte conceptual, una práctica que apunta a activar la energía del contexto, apropiándose de él para que forme parte de la obra.
¿Cómo cuestionar aquello que aceptamos como absoluto? Una posible vía sería considerar el arte como un instrumento para el conocimiento, una herramienta pedagógica. En sus propias palabras: “Frente a la usurpación hegemónica del arte que lo limita a ser una producción de mercancías, en la periferia es necesario que el arte sea utilizado como un agente de transformación (…). Esto es en sí una posición política, independiente del contenido narrativo”.
Uno de los absolutos del arte que Camnitzer cuestiona (y del cual desconfía) es la belleza, esa categoría estética que durante siglos se erigió como el propósito último del arte. Jane Doe, el equivalente anglosajón de los N.N., es decir, personas cuya identidad se desconoce, es un retrato digital obtenido a través del montaje de imágenes extraídas de la web, cincuenta rostros de mujeres aparecidos en reportes policiales on line, mujeres que fueron abusadas, violentadas y asesinadas. Acompañado de una narrativa textual tomada también de archivos policiales, el resultado de la superposición de imágenes es un rostro de mujer de belleza cuasi angelical. Así, cada una de las singularidades de los rostros mutilados de estas mujeres se disuelve y desaparece en el magma combinatorio de las imágenes. La belleza se presenta como un promedio de la regularidad (de la mediocridad, incluso) que diluye la singularidad del sujeto sin generar ningún conocimiento nuevo.
Si bien el arte y los artistas no logran intervenir en la efectiva redistribución del poder en el mundo, al menos vale la pena trabajar por la redistribución de la habilidad creativa, de modo que la creación no quede circunscripta a un pequeño segmento de la población que se autodenomina artista. En este sentido, contra un capitalismo de la creatividad en el cual el arte como profesión especializada tiene por función primordial la producción de objetos para ser insertados en el mercado, Camnitzer aboga por un socialismo de la creatividad, en el que los artistas comparten con la sociedad las metodologías que desarrollan para la creación artística. No se trata de que todos los individuos se conviertan en artistas o realicen obras de arte, sino de que la creatividad, es decir, esa singular manera de pensar y administrar las emociones, sea accesible a todas y cada una de las personas.
Hacia este propósito ético es que apunta la obra de Luis Camnitzer, un derrotero de incuestionable coherencia que sigue apostando a desacralizar la práctica del arte para resituar su finalidad fuera de la lógica de exhibir piezas en museos y más cerca de incentivar y democratizar el uso de la creatividad y la imaginación.